viernes, 5 de marzo de 2010

¿De qué nos quejamos los argentinos?

Si, es una realidad: los argentinos somos un poco quejosos. Aprovechamos todas las situaciones posibles para comentar con el que tenemos al lado todas aquellas cosas que nos causan enojo o indignación y que tenemos que vivir a diario.
Lo he escuchado en la cola del banco (Sitio ideal para quejarse de la situación del país con el que está adelante, especialmente si es jubilado o pensionado), en la fila del supermercado (¡Pero qué caro que está todo! ¡Yo antes con cien pesos llenaba el carrito y ahora apenas me alcanza para siete u ocho cosas!), en los colectivos, en los que están en la mesa continua del bar, en la calle, en la universidad, y en todo lugar donde haya personas hablando acerca de sus problemas.
No he hecho encuestas oficiales, pero de tanto escuchar, me doy cuenta que los temas más recurrentes de queja y fastidio para los argentinos son:

1) El dinero, los sueldos, la inflación, cómo aumentaron los precios de todo.
2) La falta de responsabilidad, de cuidado y de educación de la gente.
3) La falta de ineficiencia de muchos servicios (especialmente de servicios públicos)
4) La suciedad de las calles, de las plazas y de los espacios públicos.
5) Los conductores descuidados y que manejan como se les da la gana y sin respetar normas de tránsito.
6) La inseguridad de las calles. Los ladrones, los choros, los carteristas, y demás.
7) Las condiciones de trabajo.
8) Los gastos de los chicos en útiles escolares y las cuentas por pagar.
9) Los maridos, la prima, la hermana y la familia en general.
10) La injusticia social, las pequeñas injusticias diarias y las grandes causas impunes.



¿Muchos temas de queja, no? ¿Por qué será? ¿Dónde está la falla, en los quejosos que todo lo ven mal, en el gobierno o en el sistema en general?


Verónica

lunes, 22 de febrero de 2010

Cuestión de horario

He observado que muchas veces, la gente critica a los gobernantes o a los que están por encima y que por su titulo deberían ser capaces de mejorar las cosas, sin embargo, he descubierto que entre los ciudadanos también existen costumbres reprochables y que nada tienen que ver con los de arriba.
A veces me pregunto por qué la gente no puede cumplir con los horarios que fija o que promete. Por ejemplo… si alguien me dice que va a estar a las 11:00, ¿Por qué llega a las 11:45 y para colmo, de lo más tranquilo y sin siquiera pedir disculpas? ¿Por qué no se molestan ni en avisar que están retrasados, que no van a poder llegar a horario o que el colectivo se quedó? ¿Por qué tanta desconsideración y falta de respeto? Porque dejar plantado a alguien esperando por más de diez minutos es una falta de respeto por el tiempo del otro.

¡Es tan común que los argentinos no lleguen a la hora que dicen! Parece ser que la regla siempre es llegar tarde, y la excepción, ser puntual. ¡Qué vergüenza! ¿No?
Hace poco tuve la hermosa oportunidad de viajar a Europa. Visité la capital española de Madrid, la bella ciudad de Barcelona y la hermosa capital del arte y la moda: París.
En cada uno de esos lugares, las personas se amoldan a los horarios fijados y nadie piensa en llegar siquiera dos minutos tarde. En otras ciudades de Europa igual: si los trenes o colectivos tienen impreso en el pasaje como horario de partida a las 9:00 a.m. salen a las 9:00 a.m en punto. Ni un minuto más, ni un minuto menos. En cambio acá, nos hemos acostumbrado que siempre de la hora que dice en un pasaje o en boleto de teatro o recital, es una media hora más tarde. ¿No es absurdo que los colectivos de larga distancia tengan que viajar con demoras por tener que esperar a los pasajeros que por dormidos, distraídos o lo que sea, no son capaces de estar atentos a los horarios de salida? ¿No es más que injusto para los que subimos a tiempo y estamos esperando?
Creo que uno de los motivos por lo que nuestro país y su gente está en la situación actual, es por esa costumbre generalizada de no respetar los tiempos del otro.
¿Qué no tiene nada que ver? ¡Sí que tiene que ver! Los grandes países son los que cuidan los pequeños detalles y los que son justos con todos en la medida de lo que se puede. Los grandes países son los que respetan los compromisos asumidos.

Verónica

sábado, 13 de febrero de 2010

¿Y la urbanidad?

Esta mañana, luego de mi clase de inglés, tuve que tomar un colectivo para regresar a mi casa.
Había mucha gente esperando en una larga cola y otra tanta ya dentro del ómnibus .Los asientos estaban todos ocupados y varios ya iban parados.
No sé por qué será, pero me encanta ver las situaciones que se desarrollan en los colectivos: las caras de la gente (¡Dios, que caras! ¿Se han fijado?), lo que hablan en voz alta, (Uno se entera de cada cosa…!) los comportamientos y las distintas clases de individuos que utilizan el servicio público de transporte.
En esta ocasión, al pagar mi boleto y subir, me tuve que quedar de pie, al igual que otras tantas personas.

El calor, el apretujamiento y la falta de aire puro convierten el viaje en colectivo en una experiencia sumamente especial y aterradora, pero bueno, eso es aparte.
Una señora que subió una parada después, con dos chicos y cargada con una bolsa, recorrió todo el pasillo exclamando en voz alta:
–¡Pero qué mal educados son todos! ¡Acá nadie te da el asiento!
Yo la miré y por dentro pensé: “Y… ¿qué más se puede esperar? No todos están dispuestos a renunciar a su comodidad”.
¿Alguien se movió? No, obvio. Hicieron oídos sordos y siguieron mirando por la ventanilla o escribiendo ese mensajito de texto.
Finalmente, la mujer consiguió un lugar al final de todo. ¿Qué hizo? Sentó a los dos chicos y ella se quedó parada. Si, como acostumbran a hacer ahora… resulta que últimamente en los colectivos las señoras mayores y las embarazadas van paradas pero los nenes de tres y cuatro años van cómodamente sentados… ¿Absurdo, no?
A veces, en estas situaciones, uno se pregunta qué es lo más cuestionable…

Verónica

martes, 9 de febrero de 2010

Argentinos... (Segunda parte)

Los argentinos son los que no conciben un encuentro sin una ronda de mates y música de cuarteto.
Los argentinos son los que, cuando pueden y nadie se da cuenta, se adelantan en la cola del banco, de la parada del colectivo o del súper.
Los argentinos son los que, por lo general, desobedeciendo normas de conducta urbana, sienten la necesidad de dejar escrito su nombre, sus preferencias, sus amores y sus fanatismos con liquit paper por cada sitio que pasan. (¿Será que eso los hace sentir más importantes?)
Los argentinos son los expertos en hacer “copias fieles”, “reproducciones”, “imitaciones” y todo tipo de truchadas de marcas reconocidas.
Son los que se ponen en la puerta de los cines a vender la copia de las películas en formato DVD que dentro se anuncian como “espectacular estreno”.


Los argentinos son los que se sienten miembros de su país al punto del fanatismo extremo en ciertas ocasiones, siendo capaces de portar sus colores sólo para circunstancias como un mundial de fútbol o los juegos olímpicos pero siempre olvidan colgar banderas o lucir la escarapela en las fechas patrias.
Los argentinos son ocurrentes, encuentran siempre el chiste justo en el momento apropiado y son los que no pueden resistir la risa en los lugares más formales. Son los que siempre tienen en mente la próxima “travesura” que van a hacer para “zafar” de tal o cual cosa.
Son los que usan el “Naaaa” en lugar del “No” cuando quieren negar algo y el “Seeee” en lugar de un simple “si”.
Los argentinos son los que pueden degustar un helado en invierno, beber cerveza con el desayuno y comer un tremendo pancho con papas a las seis de la tarde.
Son los que se la pasan hablando por celular estén donde estén y encima hablando de temas tan poco trascendentales e importantes como por ejemplo de un chisme, de lo que dijo tal o de su querida perrita caniche.
Los argentinos son los que, tanto en los colectivos como en los restaurantes o en la calle se ríen a carcajadas, hablan fuerte y hacen comentarios en voz demasiado alta, logrando que todo el mundo se entere de lo que están comentando e incluso sepan de algunas cuantas intimidades.

Verónica

sábado, 30 de enero de 2010

Argentinos... (Primera parte)

Los argentinos son personas cálidas, amigables y de buen sentido del humor.
Los argentinos son los que siempre tienen un motivo para quejarse, para manifestarse en las calles, para hacer huelgas multitudinarias cortando importantes avenidas, complicando el tránsito y generando grandes dosis de mal humor.

Los argentinos son los que respetan poco las normas de tránsito, hablan por celular mientras conducen (a pesar de que saben que está prohibido), se lanzan con el coche apenas cambia el semáforo sin importarles si hay alguien cruzando, conducen alcoholizados y como consecuencia, logran batir el récord de muertes al volante y en accidentes de tránsito.
Los argentinos son los que descreen de muchas cosas, incluidas las cifras del INDEC y el valor de la deuda externa, pero no dudan de lo que dice alguien que aparece en las revistas de moda o en la pantalla, conduciendo un programa de TV con gran “raiting” (e incluso son capaces de repetir y tomar como propia la opinión de algún famoso, por más absurda y carente de lógica que ésta sea).
Los argentinos son los que dejan todo para último momento: el trabajo que deben entregar al día siguiente, la tarea que deben presentar esa misma tarde e incluso pagan atrasadas las cuentas que ya vencieron hace como una semana. También aprovechan y hacen sus compras navideñas el 24 a la mañana… ¡Y encima protestan de la cantidad de gente que hay en todos lados!
Los argentinos son los que se quejan si alguien no cumple un compromiso asumido o si no se respetan los tiempos, pero ellos mismos viven sin horarios: llegan tarde a todas partes, hacen esperar al otro y jamás cumplen cuando prometen: “Si, si, mañana te llamo”.
Los argentinos son los que reclaman por la suciedad de las calles y de los espacios públicos pero son los mismos que dejan el vaso de gaseosa y el cartón de pochocho tirados cuando salen del cine.
Los argentinos son los que viven quejándose de la falta de dinero y de lo poco que rinde el sueldo, pero en sus casas nunca falta la notebook (además de la compu), el último celular de moda y la TV pantalla plana.
Los argentinos son los que aman juntarse con amigos, comer asados, beber cerveza y charlar hasta altas horas de la noche.
Los argentinos son los que para llamarte te dicen: “Eh, flaco!”, los que usan a menudo el “che”, los dueños exclusivos del “vos” y los inventores de tantas palabras que ni por asomo figuran en los diccionarios. Son los que en cada frase meten alguna mala palabra, por costumbre, nomás…

Verónica

jueves, 21 de enero de 2010

Esos obreros...

Hoy es el día de tocar un tema bastante delicado. Escena típica de la ciudad: que una mujer o señorita pase por el frente de una obra en construcción y que escuche de boca de hombres con casco, llenos de tierra y polvo y con unas cuantas gotas de sudor en la frente: “Ay, mamita… mi amor… que linda que sos, mi vida” además de silbidos y abucheos de los que no dicen nada.
Si, señores y señoras: los obreros de la construcción (junto con los camioneros y los que van montados en el carro tirado por caballos) representan un recurrente y serio problema para las mujeres argentinas. Las que no se cruzan al frente, cambian de rumbo o se bajan a la calle para hacerse las desentendidas. O algunas, como yo, pasan con los auriculares puestos escuchando música a un volumen moderado pero que no permite escuchar lo que sucede fuera. (“si me dijiste algo no sé que fue porque no te escuché”)

A veces me pregunto por qué será que los laboriosos albañiles tienen como hobby, entre ladrillo y ladrillo, mirar a las mujeres que pasan por la calle y vociferarle cosas que van desde simples piropos hasta frases que rayan en la indecencia. Lo más absurdo de todo es que a veces les gritan desde el noveno piso cuando ni siquiera las pueden ver. (¿Cómo te das cuenta que es linda si desde ahí no ves más que un borrón negro que se mueve???)
Cuando me toca vivir una de estas incómodas situaciones (o tener que pasar por un nutrido grupo de seres masculinos que están tomando su desayuno en la calle luego de un trabajo arduo) lo que mejor me sale es poner cara de poker y apurar el paso mientras por dentro pienso: “Qué te pasa? ¿Qué me mirás? Por más que me digas eso no te pienso dar bola…”
Porque lo peor del caso es que no son señores de lo más elegantes. No. En la mayoría de los casos lucen su casco plástico color amarillo, jeans rotos, camisa sudada y zapatos manchados. ¿Cómo pretenden que alguien los mire en ese estado?
Mi duda existencial con respecto al tema es: ¿Todos los babosos se hacen obreros o todos los obreros se hacen babosos?

Verónica

lunes, 18 de enero de 2010

Hablemos de nosotros

Hablemos de nosotros. ¿de “nosotros”, quiénes? De nosotros, los argentinos, los habitantes de este país tan lindo geográfica y culturalmente pero con grandes problemas a nivel social, económico, político y educativo.
Resulta particularmente interesante ponernos a pensar en nuestras costumbres, en nuestras experiencias diarias, en nuestros conflictos, en nuestras vivencias como sociedad…
Pocos se ocupan de mirar hacia adentro, de buscar las causas a las dificultades en las que hoy nos encontramos, de tratar de encontrar la falla por la cual hoy estamos como estamos.
A veces me parece que se vive el día a día como se puede y como se quiere y no se piensa demasiado en el mañana y en las posibles consecuencias de nuestros actos de hoy.
¡Tenemos cosas tan típicas los argentinos! ¡Somos tan fáciles de reconocer! Somos los que nos distinguimos por nuestra tonada según donde vivamos, los que nos reímos a carcajadas, los que hacemos chistes en los lugares más inadecuados, los que pocas veces respetamos horarios, los que no podemos estar sin el mate y los amigos…
A pesar de que tenemos muchas cosas positivas, sin darnos cuenta, caemos una y otra vez en los mismos errores y no somos conscientes de que nuestros actos ayudan a configurar la situación actual y que de una forma u otra, nos perjudica a todos.
No nos damos cuenta que todos aportamos nuestro “granito de arena” para formar este país que somos hoy.
Pretendo que este espacio sirva para reflexionar acerca de la realidad que hoy nos toca vivir a todos los habitantes de este país y, en la medida que se pueda, intentar modificar y mejorar algunas cosas. ¡Tanta falta nos hace!

Verónica